Tengamos un poco de madurez y llamemos a las cosas por su nombre: se llaman descargas. Llevan existiendo muchos años, y ¿sabes qué? La música está mejor que nunca. No se muere la música, es tu negocio el que se va al traste, simplemente porque no lo sabes gestionar. Se llaman descargas, no son ilegales, y están aquí para quedarse. Si no te gusta el panorama, dedícate a otra cosa.
Os traigo esta entrada del blog de Enrique Dans acerca del futuro del negocio de la música.
La “coalición de los que creen ser los únicos con derecho a llamarse creadores” celebró ayer uno de sus eventos de intoxicación en la sede de ESADE, en la que se dedicaron como siempre a intentar crear una especie de “estado de alarma” contra lo que denominan, en pleno sueño de la razón goyesco, “parásitos” y “robos”. La idea, como muy bien comenta David Bravo citando al catedrático Díez Ripollés, es “hacer creer la existencia de una disfunción social necesitada de algún tipo de intervención penal (…) Para lograr tal éxito ese agente social deberá aportar datos, reales o ficticios, que permitan sentar las bases de una discusión al respecto, y estar además en condiciones de suscitar esa discusión en ámbitos comunicacionales relevantes en la sociedad”.
Así, hemos podido ver cómo, en nombre de la más burda intoxicación, el fenómeno de las descargas en la red ha sido equiparado con cuestiones tan dramáticas como los tsunamis, la pederastia o el terrorismo, y cómo se insultaba a la inteligencia colectiva con las más estúpidas falacias, empezando por la más repetida de todas: que descargar es igual a robar.
¿Dónde surge el problema? El problema está en que una mentira, por más veces que la repitas, sigue siendo una mentira. Y a base de repetirla zafiamente, consigues muchas veces el efecto contrario: un estudio llevado a cabo en Suecia demuestra que cada vez, un número más bajo de personas creen que las descargas tengan algo que ver con el robo. Que cada vez menos gente se traga semejante estupidez, y que en su lugar, empiezan a florecer alternativas de pensamiento mucho más razonables, como la que acaba de emerger de un grupo de diputados del Parlamento británico, que además de oponerse frontalmente a la idea de los sistemas de avisos para echar a la gente de Internet, afirma que la culpa de las descargas la tiene la industria de la música por haberse negado a adaptarse y a innovar y por no haber propuesto alternativas razonables a los sistemas de descarga. Con su tozudez e insistencia en el mantenimiento de unas estructuras de márgenes basadas en cómo era su negocio antes de que existiese Internet, la industria de la música ha provocado un fortísimo lastre a las opciones alternativas, llevando al florecimiento de otras opciones. La inmensa popularidad de opciones como iTunes o Spotify, de hecho, ha tenido lugar a pesar de las estructuras de costes que las empresas discográficas imponen para ellas. Obcecarse en repetir que “no se puede competir con algo que es gratis” es una ceguera y una muestra de patente estupidez: se puede competir con experiencia de usuario, con modelos de negocio alternativos, y con estructuras de costes más ligeras y más adaptadas a los tiempos. Dar las cosas gratis nunca ha sido necesariamente sinónimo de éxito: la iniciativa gratuita “Nokia comes with music”, lanzada con enorme esfuerzo publicitario hace un año, ha llegado a cosechar únicamente unos cien mil usuarios en todo el mundo. No, no se trata de darlo gratis. Se trata de hacerlo bien.
Si la industria de la música quiere seguir existiendo, tendrá que esforzarse por ser relevante, por pintar algo en la cadena de valor del sector. Hoy, la industria de la música pugna por atar a los artistas con contratos 360º en los que puedan exprimir no solo los menguantes ingresos por venta de copias, sino también llevarse parte del merchandising, de los ingresos por conciertos y de todo aquello que puedan agarrar, estrangulando así a los propios artistas cuando éstos creen no tener otra alternativa para llegar a su público. Unos contratos que muchos artistas establecidos, con razón, se niegan a firmar. Mantener estructuras de costes innecesarias y aberrantes mientras lloriqueas al gobierno para que proteja tu modelo de negocio no es una estrategia sostenible: la tradición no es un modelo de negocio. En un mundo en el que todos sabemos y podemos hacer copias, dedicarse a vender copias es una propuesta perdedora te pongas como te pongas, y los políticos que sean incapaces de entender ésto hoy, lo terminarán entendiendo mañana. Algunos ya son plenamente conscientes de vuestros engaños. Ya sabes, “se puede engañar a mucha gente poco tiempo, a poca gente mucho tiempo, pero no se puede engañar a toda la gente todo el tiempo”.
¿Robos? ¿Mafias? ¿Cifras desmesuradas de ingresos por páginas de intercambio de enlaces? Decididamente, el sueño de la razón produce monstruos. Tengamos un poco de madurez y llamemos a las cosas por su nombre: se llaman descargas. Llevan existiendo muchos años, y ¿sabes qué? La música está mejor que nunca. No se muere la música, es tu negocio el que se va al traste, simplemente porque no lo sabes gestionar. Se llaman descargas, no son ilegales, y están aquí para quedarse. Si no te gusta el panorama, dedícate a otra cosa.
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